FE, FRATERNIDAD Y SERVICIO
Hoy unimos nuestras voces en
una sola voz para celebrar y conmemorar el nacimiento de la Unión Europea. Y lo
hacemos porque precisamente tal día como hoy del año 1950 nacía la Europa
comunitaria. La apuesta firme que planteaba la Declaración del Ministro francés
de Asuntos Exteriores, Schuman, pretendía crear una institución europea
supranacional encargada de administrar las materias primas que en aquella época
eran la base de toda potencia militar: el carbón y el acero. Ahora bien, los
países que iban a renunciar de esta forma a la propiedad estrictamente nacional
de la “columna vertebral de la guerra” apenas acababan de salir de una
espantosa guerra que había dejado tras de sí más de veinte millones de muertos,
innumerables ruinas materiales y, sobre todo, ruinas morales: odios, rencores,
prejuicios, etc.
Sin
embargo, la firme voluntad de los europeos de entonces de superar tantas
adversidades y de construir una Europa unida, hizo que el proyecto acabara
triunfando. Todos los países que deciden, de manera democrática, adherirse a la
Unión Europea adoptan los valores de paz y solidaridad que son la piedra
angular de la construcción comunitaria. Estos valores se hacen realidad a
través del desarrollo económico y social, y del equilibrio medioambiental y
regional, únicos mecanismos capaces de garantizar un nivel de calidad de vida
equitativo para todos los ciudadanos.
Europa,
como conjunto de pueblos conscientes de pertenecer a una misma entidad y de
tener culturas análogas o complementarias, existe desde hace siglos. Sin
embargo, a falta de reglas o instituciones comunes, esta conciencia de ser una
unidad fundamental nunca logró evitar los desastres.
Como
cualquier obra humana de esta envergadura, la integración de Europa no puede
conseguirse ni en un día ni siquiera en unas décadas. Hay todavía vacíos e
imperfecciones evidentes. Esta innovadora idea fue esbozada nada más acabar la
segunda guerra mundial. Durante muchos años, en los siglos pasados, hubo tentativas
de crear fronteras diferentes. Pero fueron búsquedas basadas en imponer la
victoria de unos sobre otros. Eran construcciones que no podían perdurar en el
tiempo, porque los vencidos sólo tenían una única aspiración: recuperar su
autonomía.
Ahora
ambicionamos algo muy diferente: construir una Europa que respete la libertad y
la identidad de cada uno de los pueblos que la integran, dirigida en común
siguiendo el principio de “lo que puede hacerse mejor en común, debe hacerse
así”. Sólo la unión de los pueblos podrá garantizar a Europa el control de su
destino y su proyección en el mundo entero. La Unión Europea debe mantenerse a
la escucha y al servicio de los ciudadanos y las ciudadanas, a la ve que
conservan su especificidad, sus hábitos y costumbres y su idioma, deben
sentirse en casa y poder circular con plena libertad por esta patria europea.
En
esta ingente tarea, la familia lasaliana europea tiene mucho que decir. La
Salle está presente en muchos de los países que conforman la Unión Europea y el
espíritu lasallista está íntimamente ligado al proyecto o, quizá habría que
decir, a la misión europeísta. Y eso es así porque este espíritu apunta a un
ideal por el que vale la pena vivir y luchar, un ideal de justicia y paz que
invita a mirar más allá, poniendo nuestros ojos en todo lo que nos rodea, a
fijarnos en la gente con la que vivimos y convivimos. Nos invita, por así
decirlo, a vivir una actitud de servicio concreto, al compromiso, a compartir
nada más y nada menos que nuestra vida misma con los demás.
Todos
los que nos sentimos comprometidos e identificados con este espíritu lasaliano
nos acabamos enamorando de los valores e ideales de esta gran familia, hasta el
punto que decidimos vivirlos con plenitud y llevarlos a todos los rincones del
mundo.
De
entre todos ellos, son tres los valores lasallistas más significativos en un
día como hoy: la Fe, la Fraternidad y el Servicio. Fe, entendida como una
actitud de apertura y confianza, n la que dejamos que Dios toque nuestra vida y
entre en ella dejándonos guiar por Él a través de los acontecimientos de la
vida. Fraternidad, valor vivido con una clara conciencia de la interdependencia
y solidaridad que implican las relaciones humanas, en las que afecto y me dejo
afectar por el otro. Implica, también, una profunda comprensión del ser humano
y el firme compromiso de trabajar hombro con hombro para la construcción de la
paz, la justicia y la dignidad humanas. Y, por último, el Servicio, que nos
hace una invitación a todos a poner los dones, los talentos, recibidos de Dios
al servicio de los demás, a atrevernos a compartir nuestras vidas, nuestros
aprendizajes, nuestras bendiciones, a buscar un ¿Para qué?, un sentido
trascendental a todo lo que la vida nos ha regalado, arriesgándonos a sembrar
la tierra de Amor.
Tenemos,
pues, por delante una tarea que realizar, un camino que recorrer, pero de
ninguna manera lo podremos hacer cada uno por su cuenta. Solo caminando juntos,
unidos –indivisa manent- podremos seguir construyendo la Europa de las naciones
y de los pueblos.